El mito romántico del bandolero andaluz: los viajeros románticos y José María El Tempranillo
Antonio Cruz Casado
Cuenta Julián de Zugasti que, hacia 1870, cuando fue
nombrado gobernador de Córdoba e intentaba acabar con el
bandolerismo andaluz, bandolerismo que aún continuaba
actuando en esa época y llevaba a cabo múltiples
secuestros, asesinatos y extorsiones de todo tipo, se
entrevistó en la cárcel cordobesa con uno de estos
bandidos, apodado el Garibaldino, con el que mantuvo una larga
conversación, en su intento de conseguir información
para neutralizar en lo posible las mencionadas acciones
antisociales que los malhechores realizaban habitualmente en el sur
de la provincia de Córdoba, así como en las
provincias limítrofes de Granada, Málaga y Sevilla.
En un momento de la conversación sale a relucir la figura de
José María el Tempranillo, como posible prototipo del
bandido andaluz. He aquí un fragmento:
Cierta noche prolongué mi visita en la cárcel
más de lo acostumbrado, departiendo con el
Garibaldino, y habiendo yo de antemano hecho recaer la
conversación sobre las aventuras, vida, carácter y
rasgos generosos de algunos célebres bandidos, entre los
cuales cité naturalmente al famoso José
María.
Al
citar este nombre convino conmigo en que había manifestado
en alguna ocasión rasgos plausibles; pero
añadió en seguida, con expresión
desdeñosa, que, aparte el valor, era una figura muy vulgar,
sin elevación alguna, sin grandeza de miras, y sin aquella
intención social que sólo puede concebirse
en un espíritu verdaderamente superior, ilustrado
además por la educación y la cultura.
Confieso francamente que llamó sobremanera mi
atención la inesperada frase de intención
social, y en aquel momento, por una inevitable
asociación de ideas, me acordé del famoso drama de
Schiller, titulado Los bandidos, en que se idealiza hasta
el extremo la ruptura de todo vínculo con la sociedad, bajo
el pretexto de reformarla, y maquinalmente exclamé:
-¡No era posible que José María fuese un Carlos
Moor!1
-¡Es cierto! ¿Conoce usted ese gran drama?
preguntóme el antiguo capitán
Garibaldino.
-Sí, le conozco.
-¡He ahí la realización y apoteosis del ideal,
que siempre he llevado en mi corazón y en mi mente!
¡Qué concepción tan gigantesca!
¡Qué tipo tan simpático y maravilloso!
Y
el capitán Mena, con los ojos radiantes y con
trágica entonación, comenzó a recitar en
alemán largas tiradas de versos de este bellísimo y a
la par deplorable drama.
Yo,
entre tanto, le contemplaba silencioso, admirado y afligido.
Cuando hubo terminado sus recitaciones, exclamó:
-¡Carlos Moor es el verdadero bandido, bueno y honrado!
-¿Qué quiere usted decir?
-Que el verdadero bandido es aquel que, por la fuerza o por la
astucia, viola las leyes, frecuentemente defensoras del privilegio
y enemigas de la justicia, con la intención de proteger a
los humildes y abatir a los soberbios, llegando a ser así la
espada de la Providencia para corregir las irritantes y enojosas
parcialidades de la fortuna, o por mejor decir, del crimen
afortunado. Por eso, José María, Diego Corrientes y
otros despojaban a los ricos para favorecer a los pobres, y bajo
este aspecto eran verdaderos bandidos y merecen la fama que rodea
sus nombres; pero lo eran por sentimiento, por instinto, alguna vez
por casualidad, y siempre sin la conciencia y alcance moral y
social de sus actos.»
|
Julián de Zugasti, El
bandolerismo. Estudio social y memorias
históricas, Madrid, Imprenta de T. Fortanet, 1876, tomo II, 2.ª edición, pp. 268-270. |
La
curiosa conversación entre el gobernador civil de
Córdoba y el bandido prisionero sigue aún en
términos parecidos, aspecto que resulta altamente
paradójico, porque hablan, como hemos visto, de amena
literatura e intentan conciliar de alguna manera el prototipo del
bandido que presenta Schiller con la realidad de algunos bandoleros
andaluces, entre los que se incluyen José María el
Tempranillo y Diego Corrientes. Interesa, por el momento, recordar
este dato: una pieza teatral plenamente romántica y unas
actitudes personales más o menos históricas que se
conforman parcialmente con un héroe literario. Resulta
también un poco chocante el gran conocimiento que de la obra
alemana manifiesta el bandido, pero en otro lugar se dice que su
formación cultural es bastante amplia, algo también
atípico entre los malhechores.
El
personaje protagonista del drama de Schiller, el mencionado Carlos
Moor, presenta entre los rasgos que configuran su personalidad esa
fatalidad, tan romántica, de sentirse inerme ante los
impulsos del destino, de la misma manera que lo está nuestro
don Álvaro, sometido a la fuerza del sino, en la obra del
Duque de Rivas, o algunos otros personajes marginales, como la
prostituta, según he estudiado no hace mucho
tiempo2.
Hay, al parecer, un hado trágico que planea sobre estos
personajes y que los determina a convertirse en seres fuera de la
ley, sin que puedan hacer nada por evitarlo. Algo de esto se
advierte claramente en el personaje de Schiller, que se lamenta de
su suerte en un dramático monólogo, al que pertenecen
estos versos según una traducción española de
los años treinta:
[F. Schiller], «Monólogo
de Moor», trad. de J. Jurado de la Parra, La Esfera, 13 diciembre 1930, n.º 884, p. 31. |
Zugasti concluye aquella conversación con el Garibaldino, al
que también se le llama el capitán Mena, afirmando
que el mejoramiento de la sociedad no puede hacerse por medio de
actos delictivos: «yo sólo me
limité a decirle -escribe el gobernador de Córdoba-
que el mismo Schiller calificaba de insensata la tentativa de
mejorar el mundo por el crimen y afirmar las leyes por actos
ilegales; pero dejando esto aparte, añadí, no hay
duda en que, a veces, es digno de admiración el valor y el
ingenio que demuestran esos desgraciados que, más bien por
una cruel fatalidad, que por perversión de alma, se colocan
fuera de las leyes en abierta lucha contra la
sociedad»3.
Como puede verse también el gobernador achaca el origen de
algunos actos delictivos ocasionalmente a la fatalidad, a aquel
fatum clásico que
determinaba trágicamente la vida de las personas.
Retomemos una de las frases de esta importante autoridad civil
cordobesa que escribe sus relatos con profundo conocimiento de
causa: «es digno de admiración el
valor y el ingenio que demuestran esos desgraciados». En este
sentido, ha sido tomada con frecuencia la figura del bandolero,
como algo admirable por su valor y por su ingenio, por su
gallardía e incluso por su bondad, de tal forma que, en
muchas ocasiones, se le tributaba una rendida admiración,
sobre todo por parte del pueblo llano, hasta el punto de que muchas
de estas figuras alcanzaban las dimensiones y los rasgos propios de
los grandes héroes populares. Es posible que nuestro
bandolero cordobés José María el Tempranillo
tuviese en el aprecio popular cotas similares a las que en
Inglaterra ofrece Robin Hood, aunque le ha faltado al Tempranillo
el tratamiento legendario que tiene el mitificado bandido
inglés.
De
este aprecio popular dan fe muchos textos divulgados de forma oral
o en pliegos de cordel, así como diversos cantares
flamencos, y ya en nuestra época, por el frecuente
tratamiento que tuvo en el cine, oportunidad que bien hubiera
podido consolidarse en todo un género específico, el
de bandoleros andaluces, si se hubiera tenido la reiteración
y el acierto que ha acompañado a otros géneros con
los que comparte numerosos rasgos, como es el western o películas del oeste
americano. En este sentido, sobre la figura de José
María el Tempranillo se han rodado en España hasta
cuatro versiones, que sepamos4:
la más antigua, una versión muda dirigida por
José Buchs, hacia 1926, de la que no tenemos apenas
noticias; después se rodaron José María el
Tempranillo, de Adolfo Aznar, en 1949, y José
María, de José María Forn y Llanto
por un bandido, de Carlos Saura, ambas en 1963. A esto hay que
añadir las versiones cinematográficas realizadas en
torno a Diego Corrientes, Los siete niños de Écija, e
incluso La duquesa de Benamejí, según el
texto teatral de Antonio y Manuel Machado, cuyo personaje central,
Lorenzo Gallardo, está trazado con una referencia casi
continuada a José María, tal como hemos tenido
ocasión de señalar en otro lugar5.
Un género que los aficionados hubiéramos deseado de
más calidad, con mejores intérpretes y directores.
Por otra parte, hay que indicar que en nuestros días el aura
mítica que rodea a personajes y actores del cine nos parece
obvia, no necesita comentario, cuanto más si se trata de
entes reales o de ficción que fallecen jóvenes. Baste
recordar los casos de Marilyn Monroe, James Dean o Montgomery
Clift, mucho más mitificados que Elizabet Taylor, por
ejemplo. José María tiene ese atractivo adicional:
muere trágicamente en plena juventud, con unos 28
años, después de una intensa carrera de bandolero,
cuando había cambiado su forma habitual de vida al margen de
la ley por una más segura al servicio del rey, extremo que
nos desencanta un tanto porque desentona claramente con la
visión romántica del bandido generoso e
irreductible.
Pero volvamos a los textos de transmisión culta, en los que
se nos da una visión más o menos positiva de
José María, que no tiene que coincidir forzosamente
con la realidad de los hechos históricos, pero que en verdad
es lo más accesible y casi lo único que nos queda,
salvo unos pocos documentos fríos que es necesario
interpretar y situar en su contexto. Como en muchas otras
cuestiones, lo que se transmite y lo que permanece en la memoria
colectiva del pueblo no es lo que realmente fue, sino la
interpretación legendaria y la consiguiente
deformación a que se ven sometidos determinados sucesos.
En
1861 se publicaba en Leyden uno de los libros más
importantes de historia sobre el período árabe
hispánico, la Historia de los musulmanes de
España, de Reinhardt P. Dozy, equiparable por sus
modernos editores a aportaciones monumentales como la Historia
de Roma, de Mommsem, o como Decadencia y ruina del Imperio
Romano, de Gibbon. Allí puede leerse a propósito
de los bandidos andaluces y más concretamente del bandolero
de Jauja: «los ladrones no matan
más que al que se defiende; urbanos y respetuosos, sobre
todo con las señoras, despojan al viajero con todo
miramiento. Lejos de ser menospreciados, gozan de gran
consideración entre la multitud. Se alzan contra las leyes,
se declaran en rebeldía contra la sociedad, aterrorizan los
lugares que explotan, pero gozan de cierto prestigio, tienen cierta
grandeza; su audacia, su genio aventurero, su galantería,
agradan a las mujeres más asustadizas; y si caen en manos de
la justicia y los ahorcan, su suplicio inspira interés,
simpatía, compasión. En nuestros días se ha
hecho famoso José María como capitán de
ladrones, y su memoria vivirá mucho tiempo en la de los
andaluces como el ladrón modelo»6.
Dozy recuerda a continuación algunos hechos de la vida del
bandolero: «Una casualidad lo llevó a
esta vida. Habiendo hecho una muerte en un momento de coraje,
huyó a la sierra para escapar a la justicia, y no
quedándole más recurso que vivir de su escopeta,
organizó su partida, adquirió caballos y
empezó a robar a los caminantes. Bravo, activo, inteligente
y perfecto conocedor del país, supo salir bien en todas sus
empresas y escapar a las persecuciones de la
justicia»7.
Sigue diciendo el historiador que en todas partes contaba con
cómplices juramentados, que siempre disponía de
hombres de sobra para suplir las posibles vacantes de su partida y
que incluso tenía partidarios entre los magistrados que se
encargaban de administrar justicia. Como puede observarse, el
tratamiento que hace el historiador alemán no puede ser
más positivo.
Previamente Dozy había hecho un encendido elogio del paisaje
en el que solían desarrollarse muchas acciones de las
partidas de bandoleros, que él situaba en los parajes
localizados entre Córdoba y Málaga, en un país
bello pero salvaje, atravesado por el Genil, cercano a la
serranía de Ronda y de Málaga: «es la parte más romántica de
Andalucía -escribe Dozy en una hermosa descripción
poética-. Ora salvaje y grandiosa, inspira esta cadena de
montañas una especie de terror poético con sus
majestuosos bosques de encinas, de alcornoques y de
castaños, sus sombríos y profundos barrancos, sus
torrentes que se precipitan con estruendo de precipicio en
precipicio, sus antiguos castillos medio arruinados y sus lugares
suspendidos en la pared de rocas cortadas a pico, cuyas cimas
están desnudas de vegetación y cuyos costados parecen
ennegrecidos y carcomidos por el rayo; ora riente y suave, toma un
aire de fiesta con sus viñas, sus prados, sus bosquecillos
de almendros, de cerezos, de limoneros, de naranjos, de higueras y
de granados, sus florestas de adelfas en que se cuentan más
flores que hojas, sus riachuelos vadeables que serpentean con
encantadora coquetería»8,
etc.
Es
una naturaleza salvaje y sugestiva, hondamente romántica, un
marco agreste y grandioso en el que se encuentran los bandoleros,
hombres fuera de la ley, personajes marginales, tan caros al
movimiento señalado porque simbolizan la libertad y la
independencia con que sueñan muchos hombres de la
época. En períodos de absolutismo y gobiernos
despóticos o autoritarios lo que se suele echar más
de menos es la libertad.
No
hay que olvidar tampoco, al hilo de lo que venimos
señalando, que España se pone de moda como
país romántico, desde la primera mitad del siglo XIX,
tal como recordaba mucho más tarde un teórico del
movimiento, Theophile Gautier: «Silencio era
lo único que había sobre este bello país
cuando la escuela romántica lo puso de moda a través
de los Orientales de Víctor Hugo, los
Contes de Alfredo de Musset, el Théâtre
de Clara Gazul, y las Nouvelles de Merimée.
[En una de ellas, como luego veremos, se hace una
descripción de José María]. Se estudió
el Romancero, las obras de Calderón y [se amplió] el
interés rápidamente de la poesía a las
restantes artes [...] se volvió hacia la Edad Media, las
catedrales, los caballeros armados... y ningún país
mejor que España realizaba este ideal caballeresco y
católico... España es el país romántico
por excelencia, ninguna otra nación ha tomado menos de la
Antigüedad...» [El texto de Gautier es de
1880]9.
Coincidiendo en el tiempo con el texto antes citado de Dozy, al que
se suele considerar una aportación profundamente seria como
corresponde a la obra de un prestigioso historiador alemán,
tenemos también una visión de carácter
más literario: unos romances sobre José María
que se escriben en París, obra de un joven poeta,
quizás exiliado y bastante influido por el romanticismo
ambiental, llamado José de Olona Gaeta, que presenta
también al personaje como un bandido generoso, sentimental y
enamoradizo. Su poema, titulado «José
María», se compone de cuatro partes tituladas
respectivamente: José María, la ermita, el robo y la
despedida; se incluye en el libro Recuerdos de
Andalucía. Romances. Costumbres, tipos, trajes, que se
editó en Barcelona, en 186210.
El
prestigio de nuestro bandido, aumentado como
señalábamos a causa de su trágica muerte a la
temprana edad de veintiocho años, es un dato que se
documenta también en algunos textos más cercanos al
momento histórico del personaje, como puede verse en un
artículo aparecido en la revista malagueña El
Guadalhorce, el 19 de mayo de 1839, titulado «El guarda
de camino», obra de Pedro Gómez Sancho, en el que se
indica lo siguiente: «La Andalucía
fértil en todas las producciones de la naturaleza,
risueña y ardiente como su cielo, ha sido también
fecunda en esta clase de hombres célebres, cuyo heroico
vandalismo ni ha carecido de poetas que lo canten, ni de Mecenas
que lo patrocinen. Francisco Estevan [sic], Pizón, Currito
López, el Chato Núñez, José
María y otros mil son todavía nombrados con
veneración y asombro»11.
Algunos de estos bandoleros nos son prácticamente
desconocidos a los que nos ocupamos del tema en la actualidad,
aunque hay dos oriundos de esta zona: Francisco Esteban, de Lucena,
y José María, de Jauja. Y añade seguidamente
el periodista algunas causas de su prestigio entre la gente:
«Y no hay remedio. ¿A qué
mozalbete animoso no le chispeará la sangre en el cuerpo,
cuando vea pasear las calles de su lugar a uno de esos hombrarras
haciendo piernas en su jaca cordobesa ricamente enjaezada, y
llevando encima un parque portátil de armas prohibidas?
¿A qué corazón un poco ambicioso de gloria no
causarán envidia el lujo de los relicarios y botonaduras, el
honor de ser pregonado y el despejo y maneras cautivadoras
con que saben estos campeones proporcionarse relaciones
íntimas con personas de su rango? Por otra parte,
¿cuánto no conmoverá a un alma sensible la
virtud de esos penitentes del desierto, que saben convertir el
camino que frecuentan en una devota vía crucis?
[nótese la ironía de la frase] Tan poderosos
estímulos no deben ser perdidos para la juventud ardorosa y
vividora de Andalucía»12.
Finalmente señala las dos soluciones que tiene la vida del
bandido; la muerte en combate o el ser guardián de
diligencias, el último parece haber sido el destino de
José María. «De estos socios
de a caballo -escribe- el que no sucumbe en su noble misión,
o no cierra el último período de su vida romancesca
con un trozo de elocuencia patibularia, [nótese de nuevo la
ironía, referida a los cuartos en que solían
dividirse los cuerpos de los bandoleros], viene a tomar su
jubilación o de pararrayo de una diligencia o de fiel de
fechos de un camino»13.
Ahora bien, ¿de dónde surge realmente esta imagen
romántica del bandido andaluz, cargada de connotaciones
positivas?
La
consolidación textual del mito así como la
consiguiente divulgación literaria del personaje se debe
fundamentalmente a un novelista francés que fue viajero en
diversas ocasiones por España, Prosper Merimée,
aunque también colaboraron en esta difusión un
dibujante inglés, John Frederic Lewis, y otro viajero de la
misma nacionalidad, Richard Ford.
Los
datos y las anécdotas más abundantes y divulgados se
deben sin duda a Merimée y se incluyen sobre todo en una
carta literaria, fechada en Madrid, en noviembre de 1830, cuando
aún estaba vivo José María, y publicada en la
capital francesa algún tiempo después, concretamente
en la Revue de Paris, el 26 de agosto de 1832. Allí
escribe: «El modelo del bandolero
español, el prototipo del héroe de los caminos
reales, el Robin Hood, el Roque Guinart de nuestro tiempo, es el
famoso José María, apodado el Tempranito
[sic] (le Matinal). Es el hombre
de quien más se habla desde Madrid a Sevilla y desde Sevilla
a Málaga. Guapo, valiente, cortés, tanto como puede
serlo un ladrón, así es José María. Si
detiene una diligencia, da la mano a las señoras para que
bajen y se preocupa de que estén cómodamente sentadas
a la sombra, pues la mayor parte de sus hazañas se realizan
de día. Nunca un juramento, nunca una palabra grosera; por
el contrario, consideraciones casi respetuosas y una
cortesía natural que nunca se desmiente. Quita una sortija
de la mano de una mujer: "¡Ah, señora! -dice- una mano
tan bella no necesita adornos". Y mientras desliza la sortija fuera
del dedo, besa la mano de un modo capaz de hacer creer,
según la expresión de una dama española, que
el beso tenía para él más valor que la
sortija. Ésta la cogía como por distracción;
pero el beso, por el contrario, hacía que durase largo
tiempo. Me han asegurado que siempre deja a los viandantes dinero
suficiente para llegar a la ciudad más cercana, y que
jamás ha negado a nadie permiso para quedarse con una joya
de especial valor para el interesado por ser un
recuerdo»14.
Seguidamente incluye una descripción del personaje: «Me han descrito a José María como un
mocetón de veinticinco a treinta años, bien formado,
de fisonomía abierta y risueña, dientes blancos como
perlas y unos ojos extraordinariamente expresivos. Viste
habitualmente el traje de majo, de grandísima
riqueza. Su ropa está siempre resplandeciente de blancura, y
sus manos honrarían a un elegante de París o de
Londres»15.
Estas referencias (y muchas anécdotas que omitimos en esta
ocasión) se completan con un episodio de no mucha relevancia
perteneciente a su obra más famosa, al menos en
España, la «nouvelle» titulada
Carmen, novela corta que apareció en 1845,
coincidiendo con la recepción del autor en la Academia
Francesa. Se trata de un personaje en el que el narrador quiere
reconocer al bandolero y al respecto escribe:
«a fuerza de observar a mi compañero llegué a
aplicarle la filiación de José María, que
había leído en los edictos de muchas poblaciones
andaluzas. "Sí es él, de seguro... Pelo rubio, ojos
azules, boca grande, hermosa dentadura, manos pequeñas; la
camisa fina, una chaquetilla de terciopelo con botones de plata,
polainas de cuero blanco, caballo bayo... ¡No cabe duda! Pero
respetemos su incógnito»16.
El
retrato que nos ha dejado Merimée nos parece un poco
idealizado, como corresponde a una obra de ficción; de
él nos dice, como hemos visto, que era rubio, con ojos
azules, francamente guapo. Hay otras descripciones que no coinciden
con ésta, así el Marqués de Coustine, en una
carta fechada en Ronda, el 20 de junio de 1831, nos lo presenta
como un hombre moreno: «Es -señala-
pequeño, llenos de carnes, con el pelo negro, colorado de
cara, dotado de una actividad y audacia
sorprendentes»17.
Parece ser que lleva parte de razón el primer autor: al
menos parece cierto que era rubio, tal como se desprende de una
circular que desde Sevilla emite el Capitán General de
Andalucía don Vicente Genaro Quesada, el 24 de agosto de
1830, en la que se indica que este bandido no puede ser objeto de
indulto, al mismo tiempo que se le describe: «No será [...] admitido [...] al indulto del
artículo anterior, José María (a) el
Tempranillo, natural de Jauja, casado en Torre Alháquime, de
estatura de cinco pies escasos, grueso, rubio, el labio superior un
poco levantado, alegre de cara, y de edad treinta y un
años»18.
Obviamente en la edad se equivoca el documento oficial, ignoramos
la fiabilidad que pueden tener los otros datos.
También a Prosper Merimée se deben noticias
más o menos fidedignas sobre el final del bandido. En una
postdata a la carta antes señalada, cuando vuelve a
publicarse el texto en 1842, se le añade lo siguiente:
«José María murió hace
varios años. En 1833, con motivo de la prestación de
juramento a la joven Reina (sic) Isabel, el Rey Fernando
otorgó una amnistía general, de la que quiso
beneficiarse el célebre bandolero. El Gobierno hasta le
concedió una pensión de dos reales diarios para que
se quedase quieto. Como esa cantidad no era suficiente para las
necesidades de un hombre que tenía muchos vicios elegantes,
se vio obligado a aceptar un puesto que le ofreció la
Administración de las diligencias. Se hizo
escopetero y se encargó de hacer respetar los
coches que él había desvalijado tan a menudo. Todo
fue bien durante algún tiempo: sus antiguos
compañeros le temían o le trataban con
consideración. Pero un día unos bandoleros más
resueltos detuvieron la diligencia de Sevilla, aunque en ella iba
José María. Los arengó desde lo alto de la
baca; y el ascendiente que tenía sobre sus antiguos
cómplices era tal que parecían dispuestos a retirarse
sin violencia, cuando el jefe de los ladrones, conocido por el
apodo de el Gitano (Bohémien), otrora
lugarteniente de José María, le disparó un
tiro de escopeta a quemarropa y le mató in
situ»19.
Como vemos, el escritor francés transmite una parte
considerable de lo que se sabe a propósito del personaje,
aunque con errores históricos.
Por
lo que respecta a Ford y al dibujante Lewis podemos indicar de
forma muy resumida la gran admiración que siente el primero
por José María, hasta tal punto que quiere conocerle
personalmente y recuerda en una de sus cartas, de agosto de 1832,
que «José María es ahora un
hombre de bien, viviendo como un honesto caballero retirado, de
honorable y laboriosa profesión, gozando de otium cum
dignitate, el rico premio a una meritoria
industria en Estepa»20.
En otra carta, del 6 de mayo de 1833, cuenta que el personaje fue a
verlo a su propia casa: «Le recibí como merece un
hombre de méritos, y le regalé una pistola, con la
que probablemente, si me encuentra en la carretera, me
matará. Lewis, que está todavía conmigo le
hizo un dibujo -un tipo fino y bien plantado hecho para ser el rey
absoluto de Andalucía»21.
Fue en esta ocasión, en 1833, cuando Lewis hace el conocido
retrato de José María.
También habla Ford de que se entrevistó en Jerez con
el cuñado del que había calificado como Rey de
Andalucía, título que luego retomaría Manuel
Fernández y González para su extensa novela.
También el cuñado, Frasquito el de la Torre, ha
seguido el ejemplo de José María: «Allí -en Jerez- sostuvo una larga entrevista
con Frasquito de la Torre y sus 11 bandoleros. Todos son ahora
hombres de bien, indultados y en persecución de los
malhechores; tiene como misión limpiar Andalucía de
ladrones»22.
Y
en fin, fue en Jauja (Lucena), un pequeño lugar de la
provincia de Córdoba, donde vio la primera luz el que
andando el tiempo sería conocido como José
María El Tempranillo, que en realidad se llamaba José
Ignacio Hinojosa Cobacho, y fue bautizado en la Iglesia Parroquial
de Señor San José de esta localidad por el cura don
Francisco José de Párraga y Mármol, el
día 24 de junio de 1805, y había nacido cuatro
días antes, el 21 del expresado mes. Su madrina fue Isabel
de la Cruz y sus padres Juan Hinojosa, de 25 años, de oficio
jornalero, y su madre María Cobacho, de veinte años.
La partida de bautismo23
incluye también los nombres de los abuelos: paternos,
José Hinojosa y Ana Santaella, y maternos, Francisco Cobacho
e Inés Cobacho. Al parecer el propio padre de José
María se dedicaba a una tarea similar a la que luego
haría conocido a su hijo, aunque en la misma
ocupación había tenido algunos precedentes
también lucentinos, que dejaron igualmente huella literaria,
como el famoso Francisco Esteban de Castro, más conocido
como el guapo Francisco Esteban, natural de la ciudad de Lucena.
Los sesudos historiadores añaden que los descendientes de
José María que hoy viven en el pueblo son personas
perfectamente respetables.
No
había, sin embargo, ningún motivo especial para que
Jauja, este pueblo de nombre tan evocador, fuese la cuna de
José María, honor, un tanto dudoso honor, que bien
hubiera podido recaer en cualquier otro lugar de esta zona
tradicionalmente deprimida desde el punto de vista económico
y alejada de las grandes vías de comunicación,
proclive por lo tanto al contrabando y al bandolerismo.
La
historia es inamovible, no debe reescribirse como se ha hecho o se
ha intentado hacer en algunas ocasiones; ante la realidad de los
hechos sólo queda su aceptación y la
investigación de las causas que los motivaron. José
María el Tempranillo pertenece en principio a la historia
particular de Jauja y, desde aquí, a la historia del
bandolerismo andaluz y a la de los mitos populares, adquiriendo en
algunos períodos un carácter casi universal. Un
tratamiento objetivo y respetuoso del personaje y de su
época nos dará un conocimiento aproximado, más
o menos exacto de lo que fue en realidad, de lo que supuso para sus
coetáneos y de lo que ha significado para las generaciones
posteriores. Esto contribuirá también a conocer mejor
nuestras raíces y nuestra forma de ser, nuestra
idiosincrasia.
De
lo que no cabe duda es de que ya forma parte del universo
mítico y romántico de nuestra tierra, como el torero
o la cantaora, como las guitarras o el buen vino. Lorca
tendría que haberle dedicado un romance, aunque se
inclinó por otro personaje de resonancias parecidas, Diego
Corrientes, del que nos ha dejado un esbozo de drama. Pero esto
forma ya parte de otra historia.
Lucena, 17 de octubre de 1997
Nota de Zugasti: Nombre del protagonista del citado drama.
2
«Flores de meretricio: la prostituta en algunas novelas
españolas de principios de siglo», en Varios autores
[Francisco Márquez Villanueva, José Lara Garrido,
Víctor Infantes, Lily Litvak, Daniel Eisenberg, Carlos
Castilla del Pino, y otros], El cortejo de Afrodita. Ensayos
sobre literatura hispánica y erotismo, ed. Antonio Cruz
Casado, Málaga, Universidad de Málaga, 1997, pp.
233-243. Anejo XI de Analecta Malacitana.
3
Julián de Zugasti, El bandolerismo. Estudio social y
memorias históricas, op. cit.,
pp. 270-271. En el prólogo de Segismundo Moret y Prendergat,
fechado en Madrid, mayo de 1876, al volumen primero de la serie se
puede encontrar una apreciación similar: «fuerza es
confesar que hay algo, y aún mucho, de arrogante, violento,
independiente, belicoso y hasta heroico, en esos caracteres altivos
e indomables, que rompiendo todos los lazos con la sociedad, se
resuelven a ser, con conciencia o sin ella, dentro de la esfera de
su acción, un poder aparte y reparador de las deficiencias,
que ellos se imaginan advertir en el poder público,
según con su conducta lo demuestran los famosos bandidos
Diego Corrientes y José María, que robaban a los
ricos, y daban generosas y aun pródigas limosnas a los
pobres y desvalidos», ibid., p. XIX.
4
Filmografía básica sobre José María
«El Tempranillo».
JOSÉ MARÍA «EL TEMPRANILLO»
FECHA: 1949 DIRECTOR: Adolfo Aznar
INTERPRETES: Rafael Arco, Aníbal Vela, Eva Sedeño,
Manuel Arbó
LLANTO POR UN BANDIDO
FECHA: 1963 DIRECTOR: Carlos Saura
JOSÉ MARÍA
FECHA: 1963 DIRECTOR: José María Forn
INTERPRETES: Raf Baldasarre, Víctor Valverde, Fernando
Sancho, José Montez
5
Cfr. Antonio Cruz Casado, «De nobles y bandoleros: La
Duquesa de Benamejí (1932), de Manuel y Antonio
Machado» en Actas de las Primeras Jornadas de la Real
Academia de Córdoba en Benamejí, Córdoba,
Diputación de Córdoba, 1998, pp. 315-331.
6
Reinhart P. Dozy, Historia de los musulmanes de España.
Tomo II, Cristianos y renegados, Madrid, Turner, 1982, p.
147.
7
Ibid.
8
Ibid., pp. 145-146.
9
Apud, Francisco Calvo
Serraller, La imagen romántica de España. Arte y
arquitectura del siglo XIX, Madrid, Alianza, 1995, pp.
34-35.
10
Cfr. Julio Caro Baroja, Ensayo sobre la literatura de
cordel, Barcelona, Círculo de Lectores, 1988, p. 466 y
496.
11
Apud Ángel
Caffarena Such, Índice y antología de la revista
El Guadalhorce, Málaga, Ediciones El Guadalhorce, 1961,
p. 115.
12
Ibid., pp. 115-116.
13
Ibid., p. 116.
14
Prosper Merimée, Viajes a España, Madrid,
Aguilar, 1988, pp. 85-86.
15
Ibid., p. 86.
16
Próspero Merimée, Carmen, Madrid, Ed. Ramos,
s.a., p. 11. El texto original francés en Merimée,
Colomba. Carmen, Paris, Jean-Claude Lattès, 1989,
p. 225.
17
Apud Constancio Bernaldo
de Quirós y Luis Ardila, El bandolerismo andaluz,
Madrid, Turner, 1978, p. 110.
18
José Santos, El bandolerismo en Andalucía. 2.
José María el Tempranillo y el Marqués de las
Amarillas, Brenes (Sevilla), Muñoz Moya y Montraveta,
editores, 1992, pp. 92-93.
19
Prosper Merimée, Viajes a España,
op. cit., pp. 94-95.
José Santos, El bandolerismo en Andalucía. 2.
José María el Tempranillo y el Marqués de las
Amarillas, op. cit., p. 79.
21
Ibid.
22
Ibid., p. 80.
23
En
ibid., pp. 136-137. Estas afirmaciones deben matizarse a la vista
de una aportación reciente sobre la historiografía
del bandolero, en la que se manifiesta, junto a numerosas
aportaciones documentales, que el personaje no se llamaba realmente
así, que la partida de bautismo tenida como auténtica
hasta ahora no corresponde en realidad al que andando el tiempo
sería el conocido bandido y que, además, pudo haber
nacido en Lucena, en lugar de Jauja: José Antonio
Rodríguez Martín, José María
«El Tempranillo», pról. José Santos
Torres, Lucena, Castillo Anzur, 2002.
Fuente:http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc6t0j1
No hay comentarios:
Publicar un comentario