Fragmento del programa de Canal Sur "75 minutos", emitido el 7 de abril de 2015 , en esta ocasión dedicado a familias ilustres. Los reporteros de 75 minutos bucean en los árboles
genealógicos de nuestros andaluces más ilustres para comprobar si se
trata de una herencia más allá del apellido, en este fragmento se recoge la figura de José María El Tempranillo.
Aldea peteneciente al término municipal de Lucena, ubicada al sur de España,en la provincia de Córdoba, dentro de Andalucía.
domingo, 12 de abril de 2015
miércoles, 8 de abril de 2015
La leyenda de José María El Tempranillo (Raíces Literarias)
La leyenda de José María El Tempranillo (Raíces Literarias)
Antonio Cruz Casado
|
Antonio Machado |
En
una narración poco conocida del escritor cordobés
Antonio Porras2
(1886-1970), oriundo de Pozoblanco, titulada Bandolerismo
andaluz e incluida al final de su colección de novelas
El misterioso asesino de Potestad (c. 1923), asistimos a
un episodio de robo fallido. Un pobre bandolero, que no tiene
dinero ni para munición, intenta asaltar a un viandante para
robarle su hermosa mula roja. El lance se desarrolla con todos los
rasgos específicos de un atraco nocturno: el viajero camina
en la noche, portando su escopeta y a lomos de su mula, el
bandolero le echa el alto, le quita la escopeta con habilidad y le
indica que se baje de la cabalgadura; pero Felipón, que
así se llama el propietario de la bestia, no hace caso,
porque sabe que su propia escopeta, con la que es amenazado, no
está cargada, y, aunque el forajido dispara, sólo se
oyen dos gatillazos que provocan la risa del personaje atracado.
Quizás en el fondo del relato haya cierta intención
social: la acción se sitúa en parajes que recuerdan
los del norte de la provincia de Córdoba, donde hay mineros
que malviven y cazadores que no cobran ninguna pieza, y
también bandoleros que se echan al camino, sin los
pertrechos necesarios para ejercer su tradicional oficio.
En
la parte final del relato se indica lo siguiente:
«Felipón montó en su mula. Dio un cigarro al
bandolero, en pago de la risa que le proporcionó en
definitiva. Y como al trasponer volviese la cabeza y viera al
forajido que continuaba en la vereda, inmóvil y pensativo,
le gritó:
-¡Salud, heredero de José María!
Y a
la magia del nombre, miró seriamente, con dejillo de
admiración al que quedaba en la senda; y se decía
mientras se alejaba:
¡Ese tío es más valiente que un jabato!
¡Mira tú que salir a jugarse la vida con la
caña güera!»3.
Se refiere el personaje, mediante la expresión la
«caña güera», a que su escopeta carece de
la necesaria provisión de municiones.
Pero, retengamos algún dato de este fragmento:
Felipón le dice «heredero de José
María», y se habla a continuación de la
«magia del nombre» pronunciado y de cierto deje de
admiración que le causa lo que esta designación
evoca.
En
un contexto de bandolerismo andaluz no es preciso decir más
que el nombre propio citado para asociarlo inmediatamente con el
del Tempranillo, por lo que el personaje se convierte en el
bandolero que reúne todas las características
específicas por antonomasia, mediante el recurso a esta
conocida figura retórica, de tal manera que decir
José María es como mencionar el bandolero andaluz por
excelencia. Pero además se dice que tal nombre desprende
cierta magia y lleva también consigo alguna carga de
admiración, lo que en el fondo equivale a indicar que el
bandolero tiene aún muchos admiradores y se ha convertido
prácticamente en un personaje de leyenda.
Algo de esto se transparenta también en las primeras
páginas de un guión cinematográfico
inédito, de mediados de los años cuarenta, que nos
parece no llegó a rodarse y que como texto codificado ofrece
rasgos de obra literaria4.
Según los autores del guión, tras los títulos
de crédito aparece el fragmento introductorio siguiente:
«En el año de 1818, en el corazón de Sierra
Morena, reinando en España Fernando VII, se vio
Andalucía asolada por el bandolerismo, pero, más
aún, por los que agrupados en sectas secretas,
dirigían los asaltos a mano armada en los caminos y
carreteras, imponiendo contribuciones y tributos a los labradores y
cortijeros. Hubo entonces un hombre, José María el
Tempranillo, que atacó valientemente a la terrible plaga,
haciéndola desaparecer y convirtiéndose en un
héroe de leyenda». Aparte de las inexactitudes de
presentar al bandolero como justiciero popular, en lucha
anacrónica con la Mano Negra5,
tal como luego se constata en el guión, nos parece
significativo el carácter heroico y legendario con el que se
nos presenta el personaje ya desde esta indicación
inicial.
No
parece necesario aducir más ejemplos encomiásticos al
respecto, puesto que de la popularidad del Tempranillo dan fe
incluso algunos cantares flamencos, bastante divulgados, como
sucede con el conocido cante de «serranas»:
|
A
este poemilla tan significativo, puede añadirse algún
otro, también tomado de la tradición oral, aunque
menos divulgado, en el que se indica lo siguiente:
|
Sentado, pues, el carácter más o menos legendario y
mítico que va adquiriendo José María el
Tempranillo a lo largo del siglo XIX, y convertido ya en vida en el
prototipo del bandolero romántico andaluz de rasgos
positivos, gracias a los escritos y a los grabados de artistas
franceses e ingleses, todos ellos contemporáneos del
personaje real8,
intentemos esbozar el panorama de las aportaciones literarias
propiamente hispánicas, que son las que va a conocer de
forma predominante el público español y las que
configuran la imagen que se tiene del Tempranillo. En otros medios
culturales extranjeros, sobre todo en el que conforman los viajeros
románticos por España, la figura del bandido sigue
llamando la atención, como se constata en alguna
crónica de viajes, ya en la segunda mitad del mencionado
siglo. En este sentido, se puede mencionar a la viajera francesa
Madame de Gasparin, que publica su crónica de un viaje por
Andalucía en 1886, la cual, puesto que no puede contar
ninguna experiencia personal en el atractivo mundo de los
bandoleros, recuerda la historia de José María, a la
que dedica nada menos que cinco páginas de su obra.
Allí señala, en la línea de Merimée,
que el bandolero era un hombre joven y cultivado, de modales
caballerescos y cortesía exquisita; que no asesinaba, sino
que luchaba; que rogaba cortésmente a los viajeros que se
desprendieran de sus joyas y dinero; que distribuía el
producto de sus robos; que el gobierno cansado de perseguirlo, sin
llegar jamás a detenerlo, le dio la amnistía, y que
finalmente una noche reconoció entre los salteadores de un
caballero a su lugarteniente de antaño, al que
exhortó a cambiar de vida, pero que el cobarde no le hizo
caso y le destrozó la cabeza de un pistoletazo9.
Estos datos parecen más o menos históricos, o
resultan admitidos como tales a partir de Prosper
Merimée10,
como ya señalamos en otro lugar.
Ahora bien, ¿cómo se divulga la imagen de este
bandolero en nuestros textos literarios? Al respecto, hay que tener
en cuenta que, junto a la obra escrita, existe también la
vertiente oral de la leyenda, algo difícil de documentar,
salvo mediante una amplia recogida de materiales in situ, a la
manera de una labor folklórica de campo. De una manera
genérica, sin ocuparnos en esta ocasión de los libros
de historia (o presuntamente históricos), que son lectura de
gente preparada y letrada, en los que habitualmente no se considera
al bandolero un personaje legendario sino como objeto de estudio,
investigación o curiosidad, podemos señalar algunos
hitos que van a ir configurando la figura mítica del
bandolero, entre los que se encuentran un poema del cordobés
Luis Maraver, acerca de un bandido innominado, en el que se
reflejan rasgos de la conocida «Canción del
Pirata», de Espronceda, fechado en 1845; la obra de teatro
José María, de Enrique Zumel, que se
había estrenado en Cádiz ya para 1858, año en
que se edita en Málaga, y que al menos tiene otra
reedición en 1902; la pequeña serie de composiciones
titulada «José María», incluida en el
libro de José de Olona, Recuerdos de
Andalucía, editado en 1861, y especialmente las
amplísimas novelas de Manuel Fernández y
González, El rey de Sierra Morena. Aventuras del famoso
ladrón José María (Madrid, 1871-1874) y
José María el Tempranillo. Historia de un buen
mozo (Madrid, 1886), que tanto éxito y tantas
reediciones tuvieron a lo largo del siglo XIX e incluso en la
primera mitad del XX, a lo que hay que añadir otras muchas
narraciones, más bien breves, algunas de ellas
anónimas, en las que el bandolero figura como personaje,
entre las que están José María o el rayo
de Andalucía (1911), de Álvaro Carrillo,
José María el Tempranillo (1931), de Antonio
Oller Bertrán, u otra del mismo título de
Julián Caballero (1969), entre varias más.
También, de alguna manera, la personalidad del Tempranillo
informa las actuaciones del protagonista masculino de La
duquesa de Benamejí (1932), de Antonio y Manuel
Machado, llamado Lorenzo Gallardo, como hemos estudiado en otra
ocasión11,
relación amorosa entre la duquesa y el bandido que ya estaba
prefigurada en una novelita erótica, La marquesa y el
bandolero (1915), de Antonio de Hoyos y Vinent12.
Más cercano a nosotros es el texto de Antonio Gala,
José María El Tempranillo, que sirvió
de guión para un episodio de una serie televisiva y se
editó no hace mucho tiempo (1984). Incluso en la actualidad
aparecen libros más o menos interesantes y conseguidos sobre
el bandolero de Jauja13.
En
este panorama incompleto esbozado, no todas las obras tienen el
mismo valor en la formación y transmisión de la
leyenda de José María; seguramente las más
relevantes, incluso en lo que respecta al interés literario
o sociológico, son las aportaciones de Olona, Zumel y, sobre
todo, Fernández y González. Casi todas las
demás pertenecen al mundo de lo subliterario, sin que haya
que menospreciar en exceso, y en esta ocasión, estas obritas
de escasísimo interés artístico, puesto que
también divulgaron personajes y situaciones del mundo
bandoleril. En consecuencia, diremos algo sobre las que nos
resultan más significativas.
Aun
cuando las aportaciones del escritor Luis Maraver y Alfaro
(Fuenteovejuna, ?-1886) se inscriban en el terreno de la historia
cordobesa14,
hemos localizado en un periódico de 1845 una
composición suya, de claro aire romántico y heredera
de Espronceda, en la que aparece una alabanza al jefe de los
bandoleros que es el soberano del valle en lucha constante con los
guardias civiles y carabineros15.
Sin que se mencione el nombre de José María, que
había muerto algo más de una década antes, nos
parece que su sombra planea sobre esta canción, titulada
«El bandolero». Curiosamente, un viajero
francés, el Barón Davillier, que recorre
España antes de 1874 (fecha de edición de su libro de
viajes), compra en Carmona una versión de este
texto16,
junto con otros pliegos que tratan de la vida de Diego Corrientes,
Los siete niños de Écija y otros bandoleros
célebres.
He
aquí la segunda estrofa del poema:
Los
poemas del malagueño17
José de Olona, aunque editados en Barcelona en 1861,
están compuestos unos diez años antes, en 1852, si
creemos la indicación del propio autor en el
subtítulo de su obra, Recuerdos de Andalucía.
Costumbres, tipos, trajes. Romances. Tal como señala
Caro Baroja, este escritor, nacido hacia 1830, recuerda desde
París una serie de aspectos característicos de su
tierra natal, entre los que se incluyen una tarde de toros, la
perchelera, el charrán de Málaga, el calesero el
contrabandista y también el bandolero José
María. La composición que dedica a este último
está dividida en cuatro partes, tituladas respectivamente
«José María», «La ermita»,
«El robo» y «La despedida». Se trata de
cuatro romances, no siempre regulares, alguno de ellos con
abundante diálogo, en los que esboza ciertos episodios de la
historia del bandolero de Jauja, al que hace oriundo de Estepa, tal
como puede verse en su comienzo:
|
(pp. 57-58). |
Más tarde se dedica al contrabando y, tras un encuentro con
la justicia, en el que asesina a un hombre, se hace
bandolero18.
En la ermita han encontrado la partida de bandoleros su refugio
seguro y desde allí planean sus robos. Uno de ellos tiene
como objetivo una diligencia, cargada de pasajeros y con un buen
botín: cuatro mil duros, la dote de una muchacha que viaja
en el coche. Claro que José María, haciendo gala de
su proverbial generosidad, le deja el dinero y pondrá el
equivalente de su propio bolsillo, con el fin de contentar a sus
compañeros de fechorías. El personaje aparece
aquí investido de una gran autoridad, respetado por todos
los suyos, y con una forma de expresión claramente andaluza.
Así habla en el asalto a la diligencia:
|
(p. 70). |
Finalmente Olona concluye:
|
(pp. 73-74). |
En
«La despedida» se incluye un monólogo de
José María despidiéndose de los campos y de
los árboles que le sirvieron de refugio en sus
correrías (que recuerda algo a la despedida de Juana de Arco
de su tierra natal, en el drama de Schiller del mismo
título19),
porque el rey Fernando VII lo ha indultado. El tono de esta parte
es decididamente romántico20:
|
Más tarde añade:
|
Una
forma parecida de expresión andaluza se constata en la larga
obra teatral de Enrique Zumel titulada José
María. Drama de costumbres andaluzas, que se
había representado «con un éxito brillante
-según indica la edición- en el Teatro del Circo de
Cádiz»21,
antes de 1858. Poco sabemos del malagueño Enrique Zumel
(1822-1897), al que se ha dedicado algún estudio
bibliográfico22,
insistiendo especialmente en sus comedias de magia. Pero Zumel
tiene también piezas de bandoleros, como Diego
Corrientes, o el bandido generoso (1855), La gratitud de
un bandido (1856), continuación de la anterior. El
propio autor reconoce que, aunque ha escrito otras obras de
más aliento y calidad, que le han dado cierta fama entre los
doctos, lo que le ha producido verdaderamente buenos resultados
económicos son sus obras de bandoleros. Al respecto mantiene
una conversación con un crítico en el prólogo
de la obra citada, donde podemos leer lo siguiente:
«Crítico.- ¡Sí, pero esos dramones de
trabucos y puñales son de tan mal gusto! Ese lenguaje tan
chabacano...
Yo.- [es decir, el autor] Las obras de los hombres deben juzgarse
según sus aspiraciones; cada autor al emprender una obra se
propone un fin, y si lo consigue ha llenado su misión: mi
propósito fue hacer una obra que llamase mucha concurrencia
al teatro, que produjese mucho, y fuese muy aplaudida; véase
si lo he conseguido.
Crítico.- ¿Pero esos aplausos pueden halagar su amor
propio?
Yo.- ¿Por qué no? Cuando logro atraer mil personas al
teatro, y estas espontáneamente aplauden y llaman a la
escena al autor, y se repite el drama otra noche y vuelven, prueba
de que algo bueno habrá en el conjunto defectuoso que usted
censura; me dirá usted que esos aplausos son de la plebe, no
de los inteligentes [...]. En cuanto a lo del lenguaje chabacano,
son bandidos andaluces los que pinto, y es preciso que estos hablen
en andaluz». Señala finalmente que, como había
dicho Lope de Vega en el siglo XVII, al vulgo hay que hablarle en
necio, puesto que es el que paga la función: «El vulgo
es necio y pues lo paga, es justo / hablarle en necio para darle
gusto», recuerda Zumel.
El
crítico le hace otros reparos de índole moral y
referidos a la estructura de la pieza, ajena a las normas
dramáticas, a lo que el autor va respondiendo puntualmente,
terminando con la siguiente afirmación: «así
es, que yo he escrito a conciencia para mi nombre literario, si
algo puedo hacer para él, Guillermo Shakespeare, Enrique
de Lorena, Cervantes y Sueños de un loco; para
mi bolsillo, Diego Corrientes y José
María» (p. 8).
No
puede darse mayor claridad en la justificación de la obra.
El resultado carece efectivamente de calidad estética pero
sería profundamente atractivo para un público
popular, que en aquellos años tendría tiempo sobrado
para emplear toda una tarde en asistir a la representación
de los siete largos actos de que consta el drama.
La
acción de la obra es muy movida; hay cante flamenco
intercalado, peleas, tiros, diálogos breves y ágiles,
personajes misteriosos, hijos abandonados que encuentran a sus
padres, amores adúlteros, generosidad, fidelidad, final
feliz para los buenos y desgracias para los malos. Los lugares de
la acción son ocasionalmente infrecuentes pero
característicos: la venta, la cueva de los bandidos, o la
selva, caracterizada según la indicación
escénica con «malezas y abrojos en todo el escenario:
bosque de árboles corpóreos y hierbas que lleguen a
la rodilla a los actores; por el foro se ve el arrecife, que pasa
de un lado a otro, atravesando el escenario, con pilarillos
marcando su linde» (p. 69). Todo ello a la luz de la luna. El
ambiente romántico está potenciado por la
personalidad de algunos bandoleros, el más importante de
todos José María, que parece desasosegado y agobiado
por un destino trágico y misterioso. He aquí un
fragmento de conversación entre José María y
Veneno:
|
(p. 14). |
Entre los misteriosos secretos que esconde la personalidad de
José María, en esta obra oriunda de Granada, se
encuentra el no conocer a su auténtico padre. Así se
lo comenta a su amada María:
|
El
niño es José María y uno de los objetivos del
mismo, entre asaltos, refriegas y traiciones, será conocer
la auténtica identidad de su progenitor. El misterioso padre
resulta ser un noble que intercederá ante el rey para que el
bandolero obtenga el perdón, cosa que finalmente
consigue.
Posiblemente la canonización literaria del bandolero
típico, de José María el Tempranillo en este
caso, se deba a un novelista con frecuencia denostado, pero que
alcanzó grados de popularidad e incluso de riqueza
insospechados; nos referimos al fecundísimo ingenio
sevillano Manuel Fernández y González (1821-1888),
escritor aún falto de un estudio riguroso que permita
determinar con la debida fiabilidad el número, orden de
edición y fecha de aparición de sus
novelas23.
Por lo que respecta a los bandoleros andaluces, sabemos que a lo
largo de su vida compuso extensas obras en torno a los más
relevantes, entre las que se encuentran: Juan Palomo o la
expiación de un bandido (Madrid, Miguel Prats, 1855),
Los siete niños de Écija (Madrid, Miguel
Prats, 1863), Diego Corrientes. Historia de un bandido
célebre (Madrid, 1866), El guapo Francisco
Esteban (Madrid, 1871), El rey de Sierra Morena. Aventuras
del famoso ladrón José María (Madrid,
1871-1874), Don Miguelito Capa-Rota, el célebre
marqués ladrón (Madrid, 1872), El Chato de
Benamejí. Vida y milagros de un gran ladrón
(Madrid, 1878), José María el Tempranillo.
Historia de un buen mozo (Madrid, 1886) y El señor
Juan Caballero o los hijos del camino (Madrid, 1888,
póstuma). Muchas de ellas han sido prácticamente
inencontrables para nosotros en la edición citada, por lo
que es posible que se haya omitido alguna narración de
bandidos en la sumaria relación o que, por el contrario, se
incluya alguna que no pertenezca propiamente al tema
bandoleril.
El
método de trabajo de este escritor era realmente curioso,
tal como lo ha transmitido en sus memorias Julio Nombela
(1836-1919), colaborador ocasional del mismo24.
También son colaboradores, o negros, del sevillano
escritores que luego alcanzan relevancia, como el sainetista
Tomás Luceño (1844-1933) o Vicente Blasco
Ibáñez (1867-1928)25.
Mientras degustaba una copa de champán francés,
procedente de su bien provista bodega, por lo que estaba
habitualmente endeudado con sus proveedores, dictaba a varios
colaboradores las páginas que componían diversas
entregas que tenían que imprimirse el fin de semana para
poder entregarlas a los suscriptores el lunes. Se dice que
Fernández y González componía varias novelas
por entregas o folletines al mismo tiempo y que incluso
podía intercambiar episodios entre unas y otras sin que se
modificase sustancialmente la trama de ninguna de ellas. Esta forma
de producción, que teniendo en cuenta los gustos y la
reacción del público, podía ampliarse casi sin
límite o reducirse si el éxito no era el previsto, es
la que dio origen a las novelas de bandoleros andaluces del
escritor sevillano, ya mencionadas.
José María el Tempranillo adquiere entidad entre los
lectores populares en estos novelones, dicho esto con el mayor
respeto posible, que pasaban de padres a hijos y que se
convirtieron en la base de la mayoría de los episodios que
conformaron su vida ficticia, hasta tal punto que se olvidan
prácticamente los datos que suministraron personajes
más o menos cercanos a él, física o
temporalmente, y en su lugar se alza una leyenda que tiene obvias
raíces literarias: las novelas de Manuel Fernández y
González, reeditadas con cierta frecuencia en el siglo XIX y
que ven de nuevo la luz, en otro formato, igualmente popular y
barato, a lo largo de la centuria que ahora concluye. Curiosamente
el auge de las ediciones de novelas de bandoleros coincide con la
posguerra inmediata, hacia 1942-1946, como si el público de
entonces necesitase alimentar su imaginación con mitos de
libertad, de rebeldía y de riqueza y amores fáciles,
en una situación de pobreza extrema y de ausencia absoluta
de libertad. Parece como si la imaginación literaria
sirviese de lenitivo contra una existencia de estrechez y de
calamidades de todo tipo.
Hay
que esperar al último tercio de nuestro siglo XX para que se
inicien revisiones históricas adecuadas en torno a esta
figura legendaria.
Son
dos las novelas que Fernández y González dedica al
bandolero de Jauja, que él hace oriundo de Montilla. De
acuerdo con el orden de los sucesos que se narran, la primera
tendría que ser José María el Tempranillo.
Historia de un buen mozo, cuya indicación de fecha
primera de publicación suele omitirse en alguna
ocasión, y en ella se cuentan las aventuras del personaje
desde su adolescencia hasta su matrimonio con Ginesilla. La
segunda, titulada El rey de Sierra Morena. Aventuras del famoso
ladrón José María, se inicia cuando el
bandolero se encuentra en todo su esplendor y acaba con la muerte
del mismo. Las fechas internas que marcan el comienzo de ambos
textos26
son el 6 de febrero de 1818, momento en que José
María tiene 18 o 19 años, siempre según el
relato, y el 23 de octubre de 1825, en la segunda narración,
que termina con su muerte, y es posible que se escribiesen y se
publicasen en el orden señalado. La fecha de
publicación que se indica para la segunda novela es
1871-1874, «en cinco mortales tomos», dice
Ferreras27,
en tanto que para la primera encontramos la indicación del
año 1886. No hay que descartar, sin embargo, que el orden
fuese el inverso al que parece exigir la coherencia interna del
argumento, tal como se hacía con alguna frecuencia en los
libros de caballerías, en los que se presentaba primero el
héroe en su momento de plenitud y luego se contaban su
origen y primeras aventuras, lo que técnicamente se
denominaba enfances,
recurso que también afectaba a la antigua épica
española en verso y que se documenta propiamente en el caso
del Cid. Como se sabe, los folletines decimonónicos han sido
considerados en alguna ocasión los herederos de la antigua
narrativa caballeresca28.
Sin
que sea una cuestión baladí la determinación
de la fecha de aparición, sino un dato importante para una
aproximación seria al tema, hay que indicar que
José María el Tempranillo. Historia de un buen
mozo aparece dividida en cuatro libros: El jefe de la
cuadrilla, Odio a muerte, El cortijo misterioso y El beso
triunfante, y la que suponemos su continuación El
rey de Sierra Morena. Aventuras del famoso ladrón
José María en tres libros: El famoso
José María, El bandido fantasma y La
última aventura. No es posible dar una idea del
fárrago de aventuras que encierran tantos centenares de
páginas, casi nunca leídas desde una perspectiva
crítica. En las primeras ediciones del siglo XIX el
número de páginas tendría que contarse por
miles, teniendo en cuenta que el tamaño de la letra era
mucho más grande, dado el tipo de lector al que iba dirigida
la obra, por lo general poco habituado a la lectura, y que
además interesaba rellenar mucho papel, puesto que se
cobraba por cada entrega (cobraban tanto el autor, del empresario o
editor, como los distribuidores o cobradores de cada uno de los
suscriptores), de ahí la importancia de las frases cortas,
que ocupan una sola línea, del diálogo entrecortado,
de las escasas descripciones, que suelen exigir el punto y seguido.
Igual ocurre con el resto de las novelas y al respecto hay que
señalar que Los siete niños de Écija,
del mismo autor, en su edición de 1863, tiene 1796
páginas, y algunas más El chato de
Benamejí, edición de 1878 (851 páginas el
tomo I y 1080 el tomo II, más ocho láminas en la
primera parte y siete en la segunda). Así se explica que,
mientras un periodista ganaba unos treinta duros al mes, hacia
1864, y este es el caso de Julio Nombela, Fernández y
González podía conseguir unos veinte o veinticuatro
duros a la semana, es decir, casi cuadriplicaba al mes el salario
de un periodista, con el que se podía vivir con cierta
holgura. Con todo, y a pesar de haber obtenido pingües
beneficios con la literatura, según recuerda Manuel
Machado29,
el prolífico novelista sevillano, al que se le achacan unas
trescientas novelas, sólo tenía en su cuarto, en el
momento de su muerte, un duro y un paquete de tabaco, y tuvo que
ser enterrado de limosna.
El
mismo poeta recuerda, en un texto de 1913, que dictaba sus novelas
a sus escribientes, en alguna ocasión cinco a seis a la vez,
y que alcanzaron extraordinario éxito, no sólo las
históricas, a cuyo propósito, por la
tergiversación constante de la historia auténtica, se
asociaron las iniciales de su nombre M. F. G. con el remoquete
Mentiras Fabrico Grandes30,
sino también las de bandoleros, y al respecto se acuerda
Manuel Machado «de aquellas otras [novelas] que hacían
temblar a las almas sencillas de ha cincuenta años con los
lances de bandoleros y caballistas. ¡Oh divinas entregas de a
cuartillo de a real; adorables librotes inacabables, deletreados al
rincón del fuego por el único lector de la casa,
mientras en torno junta el miedo, la atención y el encanto
las cabezas de oro y las de plata!»31.
Las
novelas sobre José María ofrecen los rasgos usuales
en este tipo de narración; no son ni mejores ni peores que
otras del mismo tipo, aunque casi nunca las hemos visto citadas con
especial encomio, cosa que sí se hace respecto a otras obras
de ambiente histórico, como Men Rodríguez de
Sanabria (1853) o El cocinero de su majestad (1857).
Personalmente nos parecen interesantes, por el ambiente arabizante
y fantástico, la Historia de los siete
murciélagos (1863) y la Historia de un hombre
contada por su esqueleto (1858), reeditada esta última
no hace mucho tiempo32.
Menos interés ofrecen otras muchas narraciones de principios
del siglo XX, que no vamos a tratar en esta ocasión para no
hacer excesivamente larga la aportación presente. Algunas
resultan un tanto deudoras de Fernández y González,
otras son más o menos originales, pero en conjunto no
aportan gran cosa a lo ya expuesto salvo la continuidad y la
diversificación del tema en múltiples aventuras,
muchas de ellas intrascendentes.
Ya
en nuestros días, y coincidiendo con la adopción de
otros medios de difusión más visuales que el libro,
como el cine y la televisión, encontramos aún alguna
obra que permite hablar de cierta actualidad y actualización
en el tema de José María. Se trata del guión
de Antonio Gala para una serie de televisión33,
titulada «Paisaje con figura». No se trata aquí
de una simple recreación literaria, sino que Gala quiere dar
al mismo tiempo una visión histórica aproximada del
personaje, para lo que recurre a determinados documentos que crean
un ambiente sociohistórico adecuado en torno al mismo.
El
Tempranillo deja aquí patente su fuerte carácter, sus
dotes de mando, tal como podemos ver en la conversación que
mantiene con Céspedes, un teniente de migueletes que quiere
ingresar en la partida: «[Llevamos] una vida mu dura -dice-
que yo no cambiaría por ninguna. Pero quiero que sepas que,
en mi banda, hay mucha más disciplina que en el cuartel de
donde vienes. Mano de hierro tengo, porque entre los caballistas
también hay gente mala como en tós sitios y gente
peligrosa y mu difícil. Yo no tolero ni un mal movimiento.
No consiento muertes ni sangre sino en defensa propia. Aligeramos
de su peso a quien lo tiene, y ya está. Pero aquí,
cortesía con las mujeres y los ancianos, buen trato para
todos y un poquito de gracia, que hasta para robar hay que tenerla.
La justicia la impongo yo: se acata lo que digo o se va uno con
viento fresco al otro mundo: no podemos andarnos con chiquitas.
Precisamente porque nos hemos sublevao contra unas leyes, tenemos
que cumplir a rajatabla otras» (pp. 93-94).
También se hace eco el escritor del atractivo que irradiaba
su persona, y para ello hace conversar a varias muchachas acerca
del aspecto físico del bandolero:
«1ª- Mi tío, que es concuñao de uno de la
cuadrilla, dice que es rubio, rubio con los ojos celestes.
2ª- Qué disparate, si tiene los ojos como dos pozos
negros. Qué sabrá tu tío, el pobre. Es moreno
y altísimo.
3ª- Pos el alguacil de Rute que lo vio de lejos, dice que es
bajito y que no levanta casi ná del caballo.
1ª- El alguacil de Rute es un muerto de envidia. José
María es más guapo que un san Antonio. ¡Ay!
4ª- Eso digo yo. ¡Ay!».
|
Todo ello aquilata aún más el carácter
mítico y legendario del bandolero de Jauja, cuya
personalidad histórica puede estar más o menos
desdibujada por lo que respecta a algunos sucesos reales (aunque
prestigiosos e incansables historiadores trabajan con constancia
para aclarar la verdad de los hechos), pero lo cierto es que el
personaje sigue viviendo en los libros de ficción, de donde
se surtieron todos aquellos que estaban seducidos por su atractiva
figura, lo que en el fondo no es más que la atracción
por un hecho característico de nuestra cultura andaluza.
Así lo vio Antonio Gala al señalar: «si en la
historia del bandolerismo se busca un nombre, se encuentra uno el
de José María el Tempranillo. Reúne todos los
ingredientes para formar un mito. Los mitos españoles, con
frecuencia, han crecido al margen de la ley y marcando ley propia a
ser posible: la ley común es aburrida y no muy justa
siempre. El Romanticismo no inventó nada: lo recoge de la
realidad» (p. 85). Así nos parece también a
nosotros.
Lucena, octubre de 1999.
Fuente: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcm32q6
1
Antonio Machado, «Del pasado efímero»,
Campos de Castilla, Poesía y prosa. Tomo II.
Poesías completas, ed. Oreste Macrí, Madrid,
Espasa Calpe, 1988, p. 559.
2
A
pesar de que se trata de una figura interesante, no hemos
encontrado ninguna aportación importante en torno a su vida
y a su obra; algunos datos sobre el mismo figuran en la Gran
Enciclopedia de Andalucía, Sevilla, Promociones
Culturales Andaluzas, 1979, tomo VI, p. 2743.
3
Antonio Porras, «Bandolerismo andaluz», en El
misterioso asesino de Potestad, Madrid, Renacimiento, s. f.,
pp. 232-233. Sin embargo, en el libro del mismo Antonio Porras,
Quevedo, hombre noble, Madrid, Editorial Plutarco, 1930,
al referirse a las obras publicadas de este autor, se señala
que El misterioso asesino de Potestad se publicó en
1923, y en la editorial CIAP en 1929, como segunda
edición.
4
José María el Tempranillo. Guión
cinematográfico de aventuras sobre la vida del famoso
bandolero andaluz, original de Santiago Aguilar Olivar, Antonio
Valero de Bernabé y Adolfo Aznar Fusac, partitura original
del maestro Ruiz de Azagra. Madrid, 1946. Se trata de un ejemplar
mecanografiado de la Biblioteca Nacional de Madrid, que procede del
registro de la propiedad intelectual. El texto aparece dividido en
dos tomos; la primera jornada, incluida en el tomo I, se titula
El rey de Sierra Morena (ejemplar número 5), y la
segunda jornada, tomo II, La mano negra (ejemplar
número 10). Se indica además que esta edición
consta de 25 ejemplares numerados en ciclostil. La forma de
expresión de casi todos los personajes es claramente
andaluza y muchos de estos personajes y episodios están
inspirados en las novelas de Manuel Fernández y
González, puesto que aquí se incluyen, entre otras
referencias, el Teniente Veneno, el Mayorazgo de Montilla,
José María es hijo de José María el
Gamo, etc. He aquí, por ejemplo, el origen del apelativo
Tempranillo, según el guión:
«María Jesús: ¡Ay, Virgen de la
Fuensanta! ¡Pero, si es lo que se dise un güen moso!
Con
gesto malicioso, le pregunta José María:
¿Bueno? ¿Usted lo cree?...
María Jesús: Güeno o malo, "tempraniyo" le ha
dao al moso por el cabayeo...», ibid., p. 5. La acción
tiene lugar en la cocina del cortijo del tío Zancudo.
José María habla de que se ha visto obligado a
dedicarse a bandolero: «José María hace un
gesto de disgusto y replica:
José María: ¡Eh, eso no! ¡Yo no soy un
bandido! Soy un hombre de corazón a quien un canalla ha
puesto en el trance de tomarse la justicia por su mano...»,
ibid., p. 6.
5
Sobre el tema, cfr. Constancio Bernaldo de Quirós,
Bandolerismo y delincuencia subversiva en la baja
Andalucía [1912], Sevilla, Renacimiento, 1922, pp.
35-42, y Manuel Barrios, Sociedades secretas del crimen en
Andalucía. Estudio, selección de documentos y
notas, Madrid, Tecnos, 1987, pp. 247-276.
6
Apud Julio Caro Baroja,
Ensayo sobre la literatura de cordel, Barcelona,
Círculo de Lectores, 1988, p. 464, que lo toma de los
Cantos populares españoles (1882-1883), de
Francisco Rodríguez Marín. Una aportación
sobre este cante, desde el punto de vista de la
flamencología, es el que lleva a cabo Ricardo Molina,
Mundo y formas del cante flamenco, Sevilla/Granada,
Librería Al Andalus, 1978, pp. 236-242,
ejemplificándolo precisamente con esta serrana, de la que da
la siguiente variante:
|
De
parecido ambiente de bandoleros y contrabandistas es la serrana que
sirve de fondo musical a los títulos de crédito de la
película El Cristo de los Faroles (1957), de
Gonzalo Delgrás, interpretada por Antonio Molina.
7
Apud Enrique Alcalá
Ortiz, Historia de Priego de Andalucía, Priego,
Excmo. Ayuntamiento, 1988, tomo I, p. 143.
8
Tema que tratamos en nuestra conferencia de las Primeras Jornadas
sobre el bandolerismo en Andalucía, celebradas en Jauja
(Lucena), del 18 al 19 de octubre de 1997, titulada «La
imagen romántica del bandolero andaluz (A propósito
de José María el Tempranillo)» (en prensa).
9
Cfr. Elena Echevarría Pereda, Andalucía y las
viajeras francesas en el siglo XIX, Málaga,
Universidad, 1995, pp. 158-159. El libro de referencia es el de
Madame de Gasparin, Andalusie et Portugal, Paris, Calman
Levy, 1886.
Algunas de las historias que se narran a propósito de
José María por parte de Merimée y otros
autores se encuentran ahora cómodamente recogidas en los
apéndices del importante libro de José Santos, El
Bandolerismo en Andalucía. 2. José María el
Tempranillo y el Marqués de las Amarillas, Sevilla,
Muñoz Moya y Montraveta editores, 1992, p. 177 y ss.
11
«De nobles y bandoleros: La Duquesa de
Benamejí (1932), de Manuel y Antonio Machado», en
Actas de las primeras jornadas de la Real Academia de
Córdoba en Benamejí, Córdoba,
Diputación de Córdoba, 1998, pp. 315-331.
12
La
novelita se editó por primera vez en la colección
«La novela de bolsillo», núm. 63, 1915, cfr.
sobre este autor el importante libro de María del Carmen
Alfonso García, Antonio de Hoyos y Vinent, una figura
del decadentismo hispánico, Oviedo, Departamento de
Filología Española de la Universidad de Oviedo, 1998,
p. 294 y ss., por lo que respecta a la bibliografía.
También se incluyó en algunas recopilaciones de
novelas cortas del mismo autor, como Las señoritas de la
zapateta, Madrid, Editorial América, s.a. [pero 1920]
y, Bestezuela de amor, Barcelona, Sopena, s.a., [pero
1924]; nuestras referencias se hacen por la primera de estas dos
recopilaciones. El protagonista masculino de la narración es
el Niño de los Caireles, que recuerda un poco a José
María: «En aquel momento habían dejado, sin
embargo, su habitual tarea de disección y hablaban del
suceso del día, de los extraordinarios hechos del
Niño de los Caireles, famoso bandido que tenía
aterrada la tierra de Córdoba con sus hazañas,
emuladoras de las de José María y los siete
Niños de Écija», op. cit.,
p. 81. He aquí cómo se describe el bandolero:
«Ella le vio retratado en no sé qué revista
sobre el fondo de los campos de Andalucía, vestido de
polainas de cuero, hebillas de plata, y corta chaqueta de
terciopelo grana, y aquella arrogante y maja guapeza la
cautivó. Por eso ahora, mientras las demás hablaban,
ella, en lejano ensueño, veía pasar al bandido sobre
el escenario asolado de los campos, montado en su jaca negra,
moldeado el airoso cuerpo en la chaquetilla de sangrienta
felpa», ibid., p. 84. Al tratar de las cualidades del
personaje, toma como referente a José María el
Tempranillo: «Los hombres ponderaban su temerario arrojo, su
absurdo valor, que le hacía desafiar, estoico, la muerte a
cada instante; las mujeres loaban su varonil apostura, su
generosidad, la bondad de su corazón. Y eran unas veces los
colonos, que venían a llorar la pérdida de unas
mieses que les quemara el terrible Niño para vengarse de una
delación traidora, y eran otras una pobre madre que
bendecía su nombre por haber salvado a su hija
arrojándose en el río, donde se ahogaba, o bien un
padre que se lamentaba de que el moderno José María
levantaba de cascos a las mocitas, cantando coplas al pie de su
balcón, o, por el contrario, humilde labriego que entonaba
loores al bandido honrado, que había espantado a escopetazos
a no sé qué señorito provinciano que intentaba
seducirle a la hija», ibid., p. 99. En alguna ocasión
a José María se le designa con el apelativo del Rayo
de Andalucía, como en la novela de Álvaro Carrillo:
«Mientras la vestía, Petra siguió narrando las
extraordinarias hazañas de aquel émulo que la
había salido al Rayo de Andalucía, añadiendo
los pintorescos comentarios de escaleras abajo», ibid., p.
102. El novelista resalta el atractivo sexual que se desprende de
la figura del bandolero: «En medio del sendero, con una
escopeta en la mano, estaba el Niño de los Caireles. Esta
vez la leyenda no había mentido. Alto, moreno, con la
postura fanfarronesca y arrogante que corresponde a un bandido de
novela histórica, reverberaba el Niño su varonil
belleza. El rostro moreno, alumbrado por el fulgor de las pupilas
de azabache, y la blancura de unos dientes de salvaje, tenía
un trágico fruncimiento bajo del ala del cordobés.
Roja chaquetilla de terciopelo, con caireles y alamares de
filigrana de plata, ceñía el torso de atleta, y las
piernas, finas y nerviosas, prisioneras en las polainas de cuero,
daban una impresión de fuerza y de firmeza», ibid., p.
105. La marquesa no puede resistirse a la seducción del
bandolero y sucumbe; he aquí una escena especialmente
lúbrica: «El Niño buscó los rojos
labios, que no rehuyeron su halago, y los besó largamente,
apasionadamente. Después, sus manos, temblorosas de deseo,
fueron al encuentro de los senos por entre los encajes de la bata.
Saltaron botones, desgarráronse holandas, y, al fin, bajo el
níveo reflejo de la luna, apareció descubierta la
humana estatua. El amante, ebrio de pasión, trazó
estelas de besos sobre el desnudo cuerpo, y, al fin, lo
estrechó en su inmenso abrazo. Mercedes, vencida, se
dejó arrastrar en aquel torbellino de amor y, por un
momento, creyóse suspendida en el dintel de la eternidad. En
la espesura cantó un ruiseñor», ibid., p.
108.
13
Cfr., entre otros, Antonio Pineda León, Aproximación
a la vida de José María «El Tempranillo»,
Málaga, Edición del autor, 1999, y [Juan Antonio]
Romero Sánchez, José María El Tempranillo
era Juan Nepomuceno Alonso Sandalio José Hinojosa
Cobacho, Antequera, Edición del autor, 1999.
14
Los
datos más importantes acerca de este escritor se encuentran
en Rafael Ramírez de Arellano, Ensayo de un
catálogo biográfico de escritores de la provincia y
diócesis de Córdoba, Madrid, Tip. de la Revista
de Archivos, 1922, tomo I, pp. 314-315. Quizás la
composición que nos interesa en esta ocasión formara
parte del manuscrito inédito citado al final de sus obras,
Colección de canciones andaluzas, que no hemos
visto.
15
Dado que el periódico en el que se encuentra es bastante
raro y que la composición no es muy extensa la incluimos
completa, regularizando la grafía y acentuación de la
misma:
El bandolero.
Canción dedicada a mi buen amigo D. Mariano Soriano
Fuentes.
|
Luis Maraver.
El Coco. Símil de los periódicos joco-serios
de literatura y artes. 1.º de junio de 1845, año 1,
núm. 5, pp. 2-3.
16
Cfr. Julio Caro Baroja, Ensayo sobre la literatura de
cordel, op. cit., p. 473 y nota
correspondiente. Como puede comprobarse en el fragmento que
transcribe Caro Baroja, ibid., p. 498, el texto que recoge
Davillier ofrece algunas variantes. Cfr. la traducción
española del viajero francés: Gustavo Doré y
Charles Davillier, Viaje por España, Madrid,
Ediciones Grech, 1988, I, p. 344. Para este fragmento de la
crónica viajera y su contexto, vid. el apéndice que
incluimos al final de este trabajo.
17
El
propio autor señala que es oriundo de Málaga en una
composición inserta en la obra, donde indica también
la fecha de su nacimiento, 1830. El poema se titula «Yo.
Biografía del autor, escrita por él» y los
primeros versos indican lo siguiente:
|
José de Olona, Recuerdos de Andalucía.
Costumbres, tipos, trajes. Romances (1852), Barcelona,
Librería de Salvador Manero, 1861, pp. 191-192; para
concretar la fecha de su nacimiento hay que entender, con Caro
Baroja, que se suman todos los años indicados:
1800+12+12+6=1830 y pico. En la misma composición dice que
ha sido «empleado, periodista, autor» y en el
prólogo habla de su amistad con José Zorrilla, que le
prometió en París un prólogo para esta obra,
cosa que no cumplió. No figura este autor en la Gran
Enciclopedia de Andalucía, donde sí se incluye
un libretista más conocido, que parece ser su hermano:
José Luis Olona Gaeta (Málaga, 1823-Barcelona, 1863),
ibid., tomo VI, p. 2581.
18
Aparece cierto fatalismo en la actuación del personaje, en
consonancia con otros tipos del ámbito romántico:
|
(p. 59). |
19
|
Johan Friedrich von
Schiller, La doncella de Orleáns (Juana de Arco),
trad. Manuel Tamayo Benito, Barcelona, Ramón Sopena, 1965,
p. 23. Para la influencia del poeta alemán en la literatura
española, cfr. Herbert Koch y Gabriele Staubwasser de
Mohorn, Schiller y España, Madrid, Ediciones
Cultura Hispánica, 1978.
También está muy marcado el tono romántico en
un fragmento del principio de «La ermita»:
|
(pp. 60-61). |
21
En
la portada de la edición más antigua que hemos
localizado de este drama se indica lo siguiente:
«Galería Dramática Malagueña.
José María. Drama de costumbres andaluzas,
en siete actos y en verso, original de D. Enrique Zumel.
Representado con un éxito brillante en el teatro del Circo
de Cádiz. Núm. 15. Precio 8 reales. Málaga,
1858. La Ilustración Española, Calle Nueva,
núm. 61». Existe otra edición, que es la que
tenemos a la vista, con idénticos datos, excepto los
referidos al lugar y fecha de impresión, que son: Madrid, R.
Velasco Imp., 1902. Las citas se hacen por esta última
edición y las referencias a la página correspondiente
se señalan en el texto.
22
David T. Gies, «In re magica veritas: Enrique Zumel y la
comedia de magia en la segunda mitad del siglo XIX», en F. J.
Blasco, E. Caldera, J. Álvarez Barrientos, R. De la Fuente
(eds.), La Comedia de Magia y de Santos, Madrid,
Júcar, 1992, pp. 433-461. No figura en la Gran
Enciclopedia de Andalucía.
23
Una
de las referencias bibliográficas que nos parece más
fiable y actual es la de José Carlos Aranda Aguilar,
Narrativa andaluza en el siglo XIX. Catálogo
bibliográfico de autores con cuatro estudios críticos
sobre novelas marginales (Tesis doctoral), Córdoba,
Universidad, 1988, tomo I, p. 130 y ss. En esta aportación
se citan los libros siguientes: Juan Palomo o la
expiación de un bandido, Madrid, Miguel Prats, 1855?,
añade que Palau [es decir, Antonio Palau y Dulcet,
Manual del librero hispanoamericano, Barcelona, 1948, 27
volúmenes] cita una reedición en 1861, ibid., p. 134;
Los siete niños de Écija, Madrid, Miguel
Prats, 1863; Palau menciona reediciones en 1866, 1875 y 1883,
ibid., p. 139; Diego Corrientes. Historia de un bandido
célebre, Madrid, 1866; Palau menciona reedición
en 1874, ibid., p. 141; El guapo Francisco Estevan [sic],
Madrid, 1871, ibid., p. 144 (hemos visto esta edición y no
ofrece las características del folletín; es un libro
pequeño sobre el bandolero lucentino, pero sin tener en
cuenta la historia conocida, cfr. nuestro estudio «Un
bandolero lucentino en los albores del siglo XVIII: Francisco
Esteban de Castro», en Actas de las Segundas Jornadas
sobre el bandolerismo en Andalucía (Jauja, octubre de
1998), Lucena, Excmo. Ayuntamiento, 1999, pp. 67-102); El rey
de Sierra Morena. Aventuras del famoso ladrón José
María, Madrid, 1871-74; Palau cita reediciones de 1892,
1893 y 1895, ibid., p. 145; Don Miguelito Capa-Rota, el
célebre marqués ladrón, Madrid, 1872;
Palau cita una reedición en 1893, ibid., p. 145; El
Chato de Benamejí. Vida y milagros de un gran
ladrón, Madrid, 1878, ibid., p. 148; José
María El Tempranillo. Historia de un buen mozo, Madrid,
1886; Palau cita una reedición de 1894, ibid., p. 150, y
El señor Juan Caballero o los hijos del camino,
Madrid, 1888, póstumo, ibid., p. 155. Publicaciones
anteriores a esta tesis incluyen también referencias
bibliográficas de Manuel Fernández y González,
como el libro de Cejador, citado más abajo, o Juan Ignacio
Ferreras, Catálogo de novelas y novelistas del siglo
XIX, Madrid, Cátedra, 1979, pp. 150-154, y Juan Ignacio
Ferreras, La novela por entregas, 1840-1900, Madrid,
Taurus, 1972, pp. 137-144. En este último libro, un tanto
primerizo con relación a otros estudios del citado
especialista, dice Ferreras que «a partir de 1863, fecha de
aparición de Los siete niños de
Écija, la novela de aventuras criminalista comienza a
abrirse paso entre la espesa selva histórica del
autor», ibid., p. 138, fecha que habría que retrotraer
hasta 1855, aproximadamente, con la novela Juan Palomo;
otras referencias a esta tendencia en pp. 142-143, aunque no
menciona la titulada José María El
Tempranillo.
24
Son
muy interesantes las numerosas páginas que le dedica este
escritor, llenas de anécdotas y muy representativas del
ambiente en que se crea y distribuye el folletín, el
novelista coetáneo Julio Nombela, Impresiones y
recuerdos, Madrid, Tebas, 1976, pp. 703-729. Algunas de estas
páginas están resumidas en Julio Cejador y Frauca,
Historia de la lengua y literatura castellana, Madrid,
Tip. de la Revista de Archivos, 1917, tomo VII, pp. 397-405 (hay
edición facsímil, sin ilustraciones, en Madrid,
Gredos, 1972). Otras anécdotas, también recordadas
por Cejador, pueden verse en el libro de Manuel Machado citado
más abajo.
25
El
importante narrador valenciano recuerda su experiencia en estos
términos: «Otro novelista, quien por desgracia fue una
inmensa fuerza malograda, es don Manuel Fernández y
González, cuya imaginación únicamente puede
ser comparada por su riqueza a la de Dumas, y por sus
desórdenes, a la de Balzac. Es necesario haberlo conocido
para apreciarlo. Cuando yo comencé mi vida literaria,
tenía la tontería de ensayar novelas, que resultaban
disparatadas. Y con la ilusión de quienes creen que basta un
manuscrito bajo el brazo me escapé de Valencia, pasando en
Madrid una negra bohemia, con los atormentados del hambre;
¿por qué no decirlo? Mi alivio fue ser secretario de
Fernández y González, que en esa época estaba
casi ciego, y era conocido en toda la capital de España por
su figura y su rara indumentaria, descuidada y no muy limpia. En la
existencia extraña de Fernández y González,
nos reuníamos de noche, para escribir hasta la salida del
sol, y durante la velada solía quedarse dormido a lo mejor
de su capítulo, y me decía cabeceando: "Bueno, hijo.
Ahí quedan conversando la baronesa y el marqués.
Continúales el diálogo". Y yo amontonaba
tonterías, creyendo que eran donaires», Vicente Blasco
Ibáñez, «La Revolución de
Septiembre», Conferencias de Buenos Aires, Obras
completas, Madrid, Aguilar, 1978, tomo IV, pp. 1285-1286. La
crítica sitúa este episodio de la vida de Blasco
Ibáñez antes de 1884: «Blasco encuentra pronto
un trabajo, se convierte en secretario de don Manuel
Fernández y González, famoso folletinista ya en
decadencia debido a su avanzada edad, autor de novelas como El
cocinero de su majestad. El trabajo es fácil, casi no
le supone esfuerzo ni le quita tiempo. Al anochecer sale con su
maestro y se encaminan al café de Zaragoza, en la
plaza de Antón Martín. Allí don Manuel invita
a cenar a Blasco -único pago que recibe por su labor-. El
ambiente del café es pintoresco: mujeres de las llamadas
"chulas de mantón", toreros, obreros que hablan de
política. De regreso a la casa del anciano escritor -y tras
alguna parada en las típicas tabernas madrileñas-
éste dictaba a su secretario hasta que le rendía la
fatiga; entonces Blasco continuaba la redacción de las
obras, que generalmente gustaba mucho a don Manuel. De esta
colaboración nacerían folletines como El mocito
de la fuentecilla, que, según Pitollet, podría
ser un esbozo de su futura novela Sangre y arena»,
Concepción Iglesias, Blasco Ibáñez. Un
novelista para el mundo, Madrid, Silex, 1985, pp. 24-25. Juan
Luis Alborg, Historia de la literatura española.
Realismo y Naturalismo. La novela. A. Palacio Valdés. V.
Blasco Ibáñez, Madrid, Gredos, 1999, p. 456,
señala que fueron dos meses los que vivió Blasco
Ibáñez la bohemia madrileña y que durante esa
época colaboró con Fernández y
González.
26
Con
cierta frecuencia, Fernández y González tiende a
situar la acción con exactitud en un espacio y un tiempo
cronológico concreto, como ocurre en estas novelas de
José María y en otras pretendidamente
históricas. He aquí algunos ejemplos: «En la
mañana del día 23 de octubre de 1825, el tío
Macandito se ocupaba en picar un cigarro de tabaco negro,
gratamente sentado al sol, que hacía media hora acababa de
salir, mientras no lejos de él, su nieta, la Rubia del
Valle, acechaba [sic, por ahechaba] gallardamente el trigo»,
El Rey de Sierra Morena. I. El famoso José
María, Barcelona, Felipe González Rojas, editor,
1942, p. 5; «Era el amanecer del día 6 de febrero de
1818. En una estrecha calleja de un arrabal de la ciudad de
Montilla, se abrió la puerta de una casita humilde que se
apoyaba en el muro de una pequeña iglesia o ermita, en cuya
torre, una campana tocaba a misa del alba», José
María «El Tempranillo». I. El jefe de la
cuadrilla, Barcelona, Felipe González Rojas, editor,
1942, p. 5; «El día 2 de Noviembre de 1858 el autor
recibió el encargo imprevisto de escribir una novela. Todo
el mundo sabe que el 2 de Noviembre es el día de la
Conmemoración de los fieles difuntos, según lo reza
el Almanaque», Luisa o el ángel de la
redención, Madrid, Miguel Prats editor, 1866, tomo I,
p. 1 (esta novela no tiene pretensiones de historicidad, salvo en
lo que se refiere al hecho de que se le encargó una novela
con la fecha indicada); «Acaban de sonar las diez de la
noche. Es el 15 de enero de 1766. Dos jinetes al galope han salido
por la puerta de Segovia de la villa y corte de Madrid, atraviesan
la Tela y el puente y toman la ribera de Manzanares, por un sendero
entre espesa alameda», El Motín de
Esquilache, Madrid, Tesoro, 1950, p. 5; «Eran las
primeras horas de la noche del día 4 de agosto de 1578. Los
muecines del ejército de Sidi Ahtmed, rey de Marruecos, y
los de la mezquita de la pequeña población y castillo
de Alcazarquivir, hacía ya mucho tiempo que habían
anunciado a los moros la hora de la oración de la
noche», El pastelero de Madrigal, Barcelona, Los
amigos de la historia, 1972, p. 5; «El día de la
Asunción, 15 de agosto del año de gracia de 1947
[sic, por 1497], quinto del pontificado de Alejandro VI, el pueblo
de Roma se divertía cumplidamente. El Corso [¿sic,
por Coso?], durante el día, y hasta las primeras horas de la
noche, había estado literalmente lleno de máscaras,
que habían apurado todos los disfraces y todas las
extravagancias», Lucrecia Borgia, Madrid, Tebas,
1975, p. 7; «El día 7 de mayo de 1358, a la
caída de la tarde, de entre el revuelto laberinto de
callejas del barrio de San Bernardo de Sevilla, salió un
peregrino con muceta de buriel, sombrero anchísimo de
fieltro, sandalias de cuero y un largo bordón en la mano,
que más le servía de distintivo que de apoyo, puesto
que parecía robusto y marchaba de una manera desembarazada y
rápida», Madrid, Tebas, 1975, p. 7;
«Corría el año de gracia de 1035. Era una
hermosísima alborada de primavera. Las márgenes de
Arlanzón empezaban a vestirse sus verdes galas y los matices
de las flores aparecían acá y allá sobre la
fresca alfombra del césped, que se extendía debajo de
los árboles», Madrid, Tebas, 1975, p. 7; «Era la
puesta del sol de un hermoso día de agosto del año
1705. El pequeño pueblo de Taracena, situado a tres cuartos
de legua de Guadalajara, sobre el camino de Francia, estaba
animadísimo», La princesa de los Ursinos,
Madrid, Tebas, 1979, p. 7, etc.
27
Juan Ignacio Ferreras, La novela por entregas, 1840-1900,
op. cit., p. 143.
28
«La novela folletinesca de Fernández y González
y de toda su hueste sólo es obra literaria de puro
pasatiempo, no es obra de puro arte. Su intento es despertar y
satisfacer la curiosidad. Es la novela de caballerías del
siglo XIX», apud Julio Cejador y
Frauca, Historia de la lengua y literatura castellana,
op. cit., tomo VII, p.
397.
29
Manuel Machado, La guerra literaria, ed. María
Pilar Celma Valero y Francisco J. Blasco Pascual, Madrid, Narcea,
1981, p. 142.
La
asociación la refiere, en su poco aprovechable
biografía, Florentino Hernández Girbal, Una vida
pintoresca. Manuel Fernández y González.
Biografía novelesca, Madrid, Biblioteca
Atlántico, 1931, p. 235: «M. F. G. Las mismas
[iniciales] que Manuel del Palacio tradujo humorísticamente:
Mentiras Fabrico Grandes». Este libro,
anecdótico y con escasos datos fiables, no hace referencia a
las novelas sobre José María el Tempranillo, aunque
lleva una cita inicial que nos da idea del carácter
romántico y trabajador del escritor sevillano, en la que
indica: «He pasado mi vida trabajando, en perdurable
inquietud, sin posibilidad de reposo, porque es mi condición
la del aventurero que hasta cuando duerme riñe batallas. Y
cuando muera, si Dios me lo concede, andará mi alma vagando
por los lugares que mi persona o mi fantasía
visitaron», ibid., p. 11.
31
Manuel Machado, La guerra literaria, op.
cit., p. 140.
32
Cfr. Manuel Fernández y González, Historia de un
hombre contada por su esqueleto, Sevilla, Editoriales
Andaluzas Unidas, 1985, Col. Biblioteca de la Cultura Andaluza,
núm. 36, prólogo de Miguel A. Yáñez
Polo.
33
Antonio Gala, «El Tempranillo», Paisaje andaluz con
figuras, Granada, Editorial Andaluzas Unidas, 1984, tomo 2,
pp. 83-107; las referencias a página en el cuerpo del
texto.
Apéndice
José María el Tempranillo y el bandolerismo andaluz
en el Viaje por España (1874), de Charles
Davillier.
El
camino de Barcelona a Valencia era antaño uno de los de peor
fama, a causa del bandolerismo. Al menos en la época en que
todavía existían bandidos, pues en nuestros
días son tan raros como los castillos en España, que
al menos justifican bien, por su misma ausencia, un refrán
muy conocido. Si hemos de creer los relatos de la mayoría de
los viajeros, era la Península, no hace más de veinte
años, la tierra por excelencia de los salteadores de
caminos. Nadie emprendía el viaje a España sin temer
alguna aventura, y los que volvían, si no habían sido
atacados, estuvieron a punto de serlo, y siquiera podían
contar alguna historia de españoles, misteriosamente
embozados en su manta, que desaparecían de improviso, o de
afiladas hojas que brillaban al claro de luna.
¡Tiempos aquéllos! Las diligencias eran detenidas con
regularidad y no se montaba en coche sin tener en cuenta a los
bandidos. La profesión, que era lucrativa, se ejercía
casi a la luz del día. Cada camino lo explotaba una banda,
que lo consideraba como de su propiedad. Se dice incluso que los
cosarios (así se llamaba a los recaderos)
hacían pactos con los bandidos, quienes, mediante una suma
convenida amistosamente, les dejaban de buen grado continuar su
camino. Los cosarios, por su parte, hacían pagar a los
viajeros, además del precio del billete, una prima de
seguros que les garantizaba de todo ataque: se llamaba a
esto«viaje compuesto». Si prefería uno emprender
el camino arrostrando los riesgos y peligros, el viaje se llamaba
«sencillo». Algunas veces, un capitán de
bandidos, por cansancio o por desgana, quería retirarse del
negocio. Solicitaba entonces el indulto, entregándose. Pero
antes tenía buen cuidado de traspasar a otro bandolero su
renta y su clientela, como se traspasa un bufete o un empleo
después de haber puesto al corriente a su sucesor.
Todas estas historias, más divertidas que verdaderas, se han
convertido en legendarias. ¿Qué ha sido de los
Siete Niños de Écija, que siempre eran
siete, a pesar de las bajas causadas por las balas, y cuyo jefe era
tan temido que había sido apodado Veneno? ¿Y
de la famosa banda de José María y de la de
Esteban el Guapo?
Lo
que es completamente cierto es que de los bandoleros ya no queda en
España más que el recuerdo, y que hoy, los caminos
son absolutamente seguros gracias a la activa vigilancia de los
civiles, nombre que se da a un cuerpo de tropas reclutadas
entre los mejores individuos del ejército, y encargados de
velar por la seguridad de los caminos. Los civiles, cuyos uniformes
se parecen a los de nuestros gendarmes, van siempre por parejas. Se
les considera mucho en todas partes, a causa de los valiosos
servicios que prestan al país.
Gustavó Doré y Charles Davillier, Viaje por
España, Madrid, Ediciones Grech, 1988, I, p. 38-40.
José María, un ilustre bandolero, del que ya hemos
hablado, era el auténtico modelo de bandido cortés y
caballeroso:
|
José María era de Ronda. Como la mayor parte de los
andaluces, tenía apodo. Se le había apodado
Tempranillo, porque siempre estaba dispuesto a
«bajar» muy de mañana. Se dice que le gustaba
distribuir entre los desgraciados lo que había robado a los
ricos, y así se hizo muy popular en Andalucía.
José María acabó tranquilamente sus
días descansando, rodeado de bienestar, como un honrado
rentista. Igual que la mayor parte de los bandoleros, tenía
su querida, una jembra morena, hija de la Serranía de Ronda.
Su querida Rosa, su Rosita e Mayo, como él la
llamaba, le decidió a pedir su indulto y se apresuraron a
concedérselo de muy buena gana. Sus hazañas han sido
celebradas en gran cantidad de romances populares, pero muchas
veces se ha reprochado al gobierno el haber transigido con
él y su partida:
|
Apenas hay ciudad en España, grande o pequeña, en la
que no se encuentren, esos romances populares en los que casi
siempre son los bandoleros los que desempeñan el mejor
papel, y casi podríamos decir que los niños aprenden
a leer en historias de bandidos. Compramos un día en la
pequeña ciudad de Carmona, cuya principal industria consiste
en imprimir esas pequeñas poesías populares, una
canción andaluza titulada El Bandolero:
|
Así pues, las historias de bandidos corren por las calles.
¡Qué buen ejemplo para la futura generación el
de Diego Corrientes, el bandido generoso, el de Orejita, el de
Palillos o el de Francisco Esteban, el Guapo, cuyos grabados en
madera nos los muestran por dos cuartos, vestidos con el más
hermoso traje andaluz, asaltando a pobres viajeros que imploran su
perdón de rodillas con el más lastimero aspecto! O
bien esta jácara titulada «Siete hermanos
bandoleros», donde se cuenta «la vida, el
encarcelamiento y la muerte de siete hermanos bandidos con el
detalle de las grandes crueldades, ataques, robos y asesinatos
cometidos por Andrés Vázquez y sus seis hermanos,
como lo verá el curioso lector». Los miembros de esta
agradable familia, que fueron cogidos en una redada, se confesaron
culpables de ciento dos asesinatos, sin contar otros pecadillos del
mismo género.
Hasta las mujeres tienen un sitio en esta galería del
bandolerismo en España: tenemos ante los ojos un papelito
amarillo, en cuyo encabezamiento hay una muchacha a caballo,
trabuco en mano y sable a la cintura: es la Relación de
las atrocidades de Margarita Cisneros, a la que se dio garrote
en 1852.
Esta interesante joven comenzó por matar a su marido, con el
que se había casado a la fuerza. Después mató
a su querido. Era todavía muy joven cuando la detuvieron y
se confesó culpable de catorce asesinatos.
Aún no hace mucho tiempo era costumbre, en Andalucía
principalmente, que cuando un bandolero temible había sido
capturado, se expusiera su cabeza en público. Se
metía en una jaula de hierro en lo alto de un poste que se
colocaba al borde de algún camino frecuentado, y se dejaba
expuesta durante algunos días la cabeza del
malvado, como ejemplo saludable. Tal fue la suerte de Paco el
Zalao, célebre bandido andaluz que «trabajaba»
en los alrededores de Sevilla.
El
bandido español ya no existe desde que las guerras civiles
han cesado, y la terrible Serranía de Ronda es tan segura
hoy como «el bosque de Bondy».
Ibid., I, pp. 342-345.
La
Sierra Morena ha sido considerada durante siglos como el refugio
más peligroso de los bandidos de toda España. Se les
llama burlescamente los ermitaños de la Sierra
Morena. «Hay tantos bandoleros juntos -dice Madame
D'Aulnoy- que la muerte del que fuese ejecutado pronto se
vería vengada. Estos miserables tienen siempre una lista de
muertes y acciones malvadas que han cometido y de las cuales se
enorgullecen. Y cuando se les emplea, preguntan si han de dar
golpes que hagan morir poco a poco o bien un solo golpe que cause
la muerte. Son éstas las gentes más perniciosas del
Universo. En efecto, si tuviera que decir todos los trágicos
acontecimientos que averiguo todos los días,
estaríais de acuerdo conmigo en que este país es el
teatro de las escenas más terribles del mundo».
Quizá hay un poco de exageración en este relato. Lo
que sí es cierto es que desde principios de siglo ya no
ocurren las cosas como antes. Los bandidos españoles han
cambiado de modos. En lugar de proceder como los antiguos
bravi italianos, que
ponían su puñal al servicio de las venganzas
personales, «trabajan» por su cuenta, bajo la
dirección de un jefe, bien robando diligencias o a gentes
que viajan en posta, bien atacando los convoyes de plata del
gobierno. O también secuestrando a ricos propietarios y
dejándoles en libertad sólo cuando han pagado un
rescate de acuerdo con sus fortunas, procedimiento que aún
se pone en práctica en algunas provincias de Italia
meridional.
Ya
no hay en España ni una sola partida de bandidos, pero
aún se conserva el recuerdo de las hazañas de
Palillos y de Orejita en Sierra Morena. La
historia de Diego Corrientes (el bandido
valeroso) y la del célebre José María (el
bandido generoso) son conocidas por todas las gentes del
pueblo. José María, de quien se ha hecho entre
nosotros hace poco tiempo un héroe de ópera
cómica, tenía en ocasiones, si hemos de creer a las
leyendas populares, sus momentos de generosidad. Nacido en Estepa,
Andalucía, comenzó por ser contrabandista, como la
mayor parte de los bandoleros. Como mató a varios
carabineros en un encuentro, fue perseguido, se ocultó en
los impenetrables bosques de la sierra, y, como dice un poeta
andaluz, se convirtió en:
|
He
aquí, según el autor de los versos que acaban de
leerse, cómo procedía José María en sus
buenos días, en el ataque de un correo:
«-¡Silencio! -dijo uno de los hombres-; se oye ruido de
cascabeles, es un coche..., se está acercando.
-¡Alto! -exclamó José María, apuntando
al cochero-; que baje todo el mundo. Vamos, haz bajar a tus amos.
¿Cuántos son?
-Cuatro: un caballero, dos niños y una joven.
-¡Que bajen! Tú, Reinoso, vigila la portezuela; que se
coloque otro delante de los caballos y que otros dos monten la
guardia.
El
señor Don Cosme (éste es el nombre del viajero) baja
y suplica al bandido que perdone a su hija.
-No
temáis nada; nadie faltará aquí a la
cortesía. ¡Valiente moza! ¡Que Dios os guarde,
señorita!
-Capitán -dice uno de los bandidos-, vaya un trozo
escogido.
-¿Qué? ¿Se va a rifar a esa joya?
José María impone silencio a su gente y les manda
registrar el coche sin hacer daño a nadie. Uno de los
bandidos encuentra una bolsa llena, y pregunta al viajero
cuánto contiene.
-Cuatro mil duros -responde el desgraciado-; el dote de mi hija,
toda mi fortuna.
-No
desesperéis, buen viejo -contesta José María-,
y vos, señorita, no lloréis más, pues Dios es
grande... ¿Estáis contenta con vuestro matrimonio?
¿Vuestro padre no os obliga?
-¡Oh, no señor!
-Entonces, que Dios os bendiga. Sois libres. Si el rey me recibe a
indulto, algún día iré a haceros una visita.
Vuestra mano, y adiós. ¡Vamos, mayoral, a tu
puesto!
Y
mientras que las mulas se alejan a galope tendido:
-Vamos, vosotros -dice José María a sus
compañeros-; os repartiré cuatro mil duros que tengo
de reserva en la Ermita. ¡No hagáis más gestos
y a galope, mala partida!»
|
Varias veces habíamos pasado la Sierra Morena
acompañados por la indispensable escolta de soldados. Esta
precaución poco tranquilizadora es ahora inútil,
después de la institución de los Guardias
civiles, que se encuentran con bastante frecuencia por parejas
en todas las carreteras principales de España. Así
que cuando subíamos a pie la cuesta y le preguntamos
bromeando al mayoral si no seríamos atacados, se puso a
cantar como respuesta esta copla popular:
|
Bien es verdad que divisamos algunas de esas pequeñas cruces
que se izan a menudo en el lugar donde un hombre ha perdido la
vida, sea a consecuencia de un atraco, sea por accidente. Pero hay
que decir que estas cruces son cada vez más raras. Un
viajero del siglo pasado, el Marqués de Langle, se
había extrañado de la frecuencia de estas cruces en
las montañas que atravesábamos, y era de la
opinión que en el lugar donde se había cometido un
crimen hubiera sido mejor levantar un patíbulo. «Es
menos interesante -añade- para los viajeros y otros
interesados el perpetuar el recuerdo de un asesinato que el
recordar la idea del castigo».
Ibid., II, pp. 51-53.
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